El destino de Miley se selló antes de nacer. Incluso, antes de ser concebida. Su madre era profundamente religiosa, y su mayor deseo era entregar a su primera hija al convento Benedictino.
Los dos primeros hijos fueron varones, los encargados de perpetuar el linaje de la familia. Miley fue la tercera de un total de cinco hermanos.
Su infancia fue normal, aunque desde que tuvo uso de razón se dio cuenta de que su madre no la trataba como al resto de sus hermanos y hermanas. Con ella pasaba más tiempo. Le decía que iba a ser una mujer santa, consagrada a Dios.
Miley no entendía bien a qué se refería su madre, pero sí comprendió que era algo hermoso, pues su madre le hablaba con el corazón.
Creció en el campo, jugando como cualquier otro niño, siempre bajo la atenta mirada de su madre. Por las noches ella le leía historias sacadas de, como decía su madre, el Libro Santo. Historias que Miley no entendía del todo, pero que escuchaba con sus preciosos y grandes ojos abiertos.
A los 10 años Miley supo lo que le esperaba. Cuando cumpliera 12, ingresaría en el convento y allí pasaría el resto de sus días. Una niña de 10 años no tenía aún conciencia de lo que eso significaba. Sólo sabía lo que su madre le decía. Se su vida sería consagrada a Dios. Que sería feliz. Que sería una santa.
Miley anhelaba que llegara ese día. Su madre le había contado tales maravillas que la joven niña sentía una enorme ilusión.
******
Llegó el día. Sus padres la llevaron en su carruaje hasta el convento. La madre superiora los esperaba. Era una mujer seria, enjuta.
-¿Así que esta es la pequeña Miley?
-Sí, madre - contestó la madre de ella.
-Bien. Despídanse de ella aquí.
La madre de Miley la abrazó fuerte, le dio muchos besos en la carita y con lágrimas en los ojos le dijo adiós.
-¿No entras conmigo, mami?
-No, hija. A partir de hoy perteneces a Dios.
Cuando la joven Miley vio a sus padres alejarse, sintió pánico. Era la primera vez que se separaba de ellos. Intentó salir corriendo tras de ellos, pero la madre superiora la agarró por un brazo, con fuerza.
-No seas niña. Esa vida la has dejado atrás.
La arrastró dentro del convento. El sonido de las puertas al cerrarse retumbó en la cabeza de Miley. Cerró los ojos. Se dijo que allí sería feliz, consagrada a Dios, como su madre le decía todos los días. Pero al mirar a su alrededor, no vio felicidad. Sólo había silencio. Había varias monjas, caminando, trabajando. Pero en silencio.
El alma se le encogió a la pobre Miley. La madre superiora la llevó por varios pasillos hasta una pequeña sala en donde había otra monja
-Buenos días, Sor Inés. Esta es la nueva novicia. La dejo en sus manos.
-Buenos días, madre superiora.
La monja se marchó y dejó a la niña, asustada, con Sor Inés.
-Hola. ¿Cómo te llamas, pequeña?
-Isabel.
-Yo soy Sor Inés. Tienes un cabello muy bonito. Lástima.
El dorado cabello de Miley le llegaba hasta media espalda. Todas las noches su madre se lo cepillaba mientras le hablaba y hablaba de lo feliz que iba a ser. Nunca le contó lo que harían con su cabello.
Mientras se lo cortaba, le decía que una monja no necesitaba signos externos. Que ahora pertenecía a Dios y que Dios no miraba su cuerpo, sino su alma. Que su cuerpo tenía que ir tapado.
Con lágrimas en los ojos, Miley veía como su pelo iba cayendo al suelo. Después de dejarla con el pelo corto, la llevó a otra habitación en donde le dio su nueva ropa y le dijo que se la pusiera.
No era como los lindos vestidos que usaba. Era una especie de hábito, más claro que el que llevaba Sor Inés. Y en la cabeza, un paño blanco.
Una vez vestida, la llevó a lo que sería su habitación. Un pequeño cuarto, con una cama de madrera, una ventanita y una silla. Nada más.
-Aquí es donde dormirás a partir de ahora, Miley.
La dejó allí y cerró la puerta con llave. Miley se sentó en la dura cama y se echó a llorar. ¿Dónde estaba la alegría y la felicidad que su madre le había contado? Allí sólo había silencio.
*****
Un buen rato después apareció otra monja.
-Ven - le dijo, secamente.
La llevó por un recorrido por el convento. Le enseñó las principales dependencias. El patio, la capilla, la cocina, el comedor. Le explicó las normas. Las estrictas normas. Silencio, recato, oración, trabajo. Vio a más monjas, y a más novicias, como ella.
No vio alegría por ningún sitio. No vio el más mínimo rastro de felicidad.
-A las cinco es la hora de la cena, Miley
En su casa todo era alegría. Cuando comía todos juntos había risas, bromas con sus hermanos. Cuando entró en el comedor, sólo había silencio. Los únicos sonidos eran los de los cubiertos de madera en los platos.
La sentaron en una gran mesa con más novicias. Ella era la más joven. La miraron, pero no le hablaron.
Después de la frugal cena, sor Inés la llevó de nuevo a su cuarto.
-Me quiero ir a mi casa - se atrevió a decir la pequeña.
-Esta es ahora tu casa.
La monja cerró la puerta y Miley oyó como echaba la cerradura. Se desplomó sobre la cama, con las manos en la cara, tratando de no gritar.
-Mamá, mamá... Sácame de aquí. No quiero esto.
*****
La despertó el sonido de las campanas. Aún era de noche. La puerta se abrió.
-Hora de levantarse, Miley.
La llevaron al comedor para desayunar. Después, con varias novicias más, a rezar.
-A las nueve viene el padre Ángel. Será tu confesor.
El padre Ángel resultó ser un serio hombre, bastante mayor para esa época. No usaban confesionario, sino que se sentaban en un rincón de la capilla. Había una larga cola de monjas y novicias para confesarse.
Cuando le llegó el turno a Miley, se sentó al lado del obeso hombre.
-Debes de ser la nueva. ¿Cómo te llamas?
-Miley. –su voz sonó triste y débil pero a la vez tierna
-Bien, Miley. Ave María purísima.
-Sin pecado concebida.
-¿Has pecado, hija?
¿Pecado? Isabel no sabía nada del pecado. Sólo lo que su madre le contaba. Pero eso no iba con ella. No era como las personas pecadoras de las que hablaba su madre.
-No, padre.
-¿Has robado?
-Claro que no.
-¿Has tenido envidia de algo o alguien?
-No.
-¿Pensamientos impuros?
Tampoco Miley sabía nada de pensamientos impuros. No sabía a qué se refería el cura.
-Yo....
-¿Sí? Debes decírmelo y arrepentirte de corazón si quieres que Dios te perdone.
-Yo... deseo irme.
-Ah, Bah... No puedes. Bien, bien. Ego te absolvió in... bla bla bla.
Miley se levantó y su lugar lo ocupó la siguiente.
Fue durante las largas misas oficiadas por el padre ángel cuando Miley empezó a conocer lo que era el pecado. Como el diablo tentaba al hombre para que robara, matara y, sobre todo, fornicara. Cómo se valía de las mujeres para hacer caer al hombre en la tentación. La mujer era el instrumento del diablo, pero las monjas eran puras. Tapaban sus cuerpos a los ojos de los hombres y abría su alma a Dios. Sólo a través de la oración y el recogimiento salvarían su alma.
Así transcurrieron varios meses para Miley. Levantarse antes de que amaneciera. Acostarse antes de que anocheciera. Pasarse casi todo el día rezando, oyendo sermones, aprendiendo a leer para leer el único libro, la biblia. Confesándose con el padre Ángel, pero sin nada que confesar.
Fue conociendo a las monjas y al resto de las novicias. Algunas veces hablaban. Unas pocas novicias eran hasta simpáticas. De las monjas, sólo una era agradable. Sor Amelia, la cocinera. Con ella empezó a pasar más tiempo. Con ella si podía hablar. Incluso la ayudaba con los quehaceres de la cocina.
-Pásame el tarro con la harina, Isabel.
-Toma. Oye, Amelia. ¿Por qué entraste en el convento?
-Bueno, mi familia era pobre y no podían mantenernos a todos, así que me tocó.
-¿Nunca has deseado marcharte?
-No. Esta es mi vida, Miley.
-La mía no.
-Sí lo es, mi niña. Y cuando antes lo aceptes, antes estarás en paz. No es una mala vida.
-No es como me la describieron.
*****
Llevaba más de un año ya enclaustrada en el convento. Una mañana, cuando sonaron las campanas, notó algo extraño. Tenía los muslos húmedos. Se llevó los dedos y notó un líquido pegajoso. A la luz de la vela, vio que era sangre.
Empezó a gritar, hasta que la puerta se abrió y Sor Inés entró.
-¿Qué pasa Miley?
-Me muero hermana. Me muero!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.
-¿Cómo que te mueres?
Le enseñó la sangre de los dedos, y señaló hacia la mancha entre sus piernas. La moja se limitó a mirarla y decirle.
-Ya eres mujer, Miley. Ahora el diablo empezará a tentarte. Lávate y ve a desayunar.
Sin entender que le estaba pasando, Miley se limpió la sangre en la palangana que tenían para su aseo y con el corazón encogido, fue a desayunar. No dejaba de pensar en lo que le había pasado.
A punto estuvo de contárselo al padre Ángel, pero se calló. Sin embargo, no pudo aguantarse más cuando estuvo sola con Sor Amelia.
-María...esta mañana...yo...tenía sangre.
-Ya eres una mujercita, Miley
Eso le había dicho Sor Inés. ¿Pero qué tenía que ver eso con ser mujer? No lo entendía.
-¿Por qué me pasó?
-Nadie te lo ha explicado.
-No.
Con cariño, Sor Amelia le explicó lo que le pasaba. Le dijo que le pasaría ya siempre. Que era el estigma por el pecado de Eva. La marca de las mujeres. La señal que el diablo esperaba para empezar con las tentaciones.
-¿A ti te pasa?
-Ya no. Se ve que el diablo cree que ya no puedo tentar a los hombres.
Le explicó que una vez al mes sangraría. Que simplemente se lavase y se pusiera durante unos días un paño.
No le permitió tocar ningún alimento ese día. Ni ese ni ninguno en que sangrara. Estaba impura y mancillaría la comida.
*****
Miley se consumía. Era encerrada todas las noches en su dormitorio. Todas las novicias eran encerradas en sus aposentos por la noche. Y durante el día, le metían en la cabeza sólo pecado, pecado y más pecado: Tenía que ser pura. En pocos años haría sus votos. Tomaría los hábitos y sería la esposa de Dios. Con sacrificio y penitencia su alma se salvaría.
Poco a poco se empezó a creer todas aquellas cosas. Se acostumbró a aquella dura vida. Sólo los momentos en que estaba en la cocina con sor Amelia eran algo felices.
El día que cumplió 15 años, la madre superiora la mandó llamar.
-Miley. Tienes visita
Con el corazón latiéndole, pasó a la dependencia contigua. Y allí, se encontró con su madre.
Los ojos de Miley se llenaron de lágrimas. Quiso salir corriendo hacia ella. Abrazarla, sentir sus besos, sus caricias, como cuando era niña.
Pero su madre no se movió. No mostró alegría. Sólo una fría frase.
-Hola Miley.
-Hola...madre –cesantemente
No le salió la palabra mamá.
-¿Cómo estás?
"¿Por qué me engañaste, madre? ¿Por qué me dijiste que esta vida sería maravillosa?", pensó Miley. Sólo contestó:
-Bien, gracias.
-Tu padre ha muerto.
Isabel sintió que las piernas le flaqueaban. Se sentó en un duro banco.
-¿Cómo ha sido?
-Se cayó del caballo. Nada se pudo hacer por él. –tampoco represento ningún sentimiento de ello.
-¿Y mis hermanos? ¿Están bien? –un poco preocupado
-Sí. Todos están bien, gracias a dios. El mayor se casó y tuvo un hijo. Eres tía.
Su querido hermano mayor, aquel que tanto la hacía rabiar, ya era padre. Ella ya era tía. ¿Podría conocer algún día a su sobrino?
Su madre dio un paso hacia ella, pero se detuvo. Quería abrazar a su hija, darle besos como cuando era niña, pero la madre superiora le había dicho que no estaba permitido el contacto. Que ya no era su hija.
-Miley...yo. Debo marcharme. Adiós.
-Adiós, madre.
Y esta salió a toda prisa. Esa fue la última vez que Miley la vio.
****
Los días parecían meses. Los meses, años. Y los años... eternos.
Una mañana la cola para confesión era más larga de lo habitual. Empezó a oír un murmullo. Y entonces le llegó la noticia. El padre Ángel había muerto.
Durante varios días no se pudo confesar, aunque nunca tenía nada que confesar. Hasta que por fin la diócesis mandó a un sustituto. Cuando Miley lo vio, se sorprendió. No se parecía en nada a Don Ángel.
No era viejo. Era un hombre joven. No era gordo, sino delgado. Su cara no era seria. Era...agradable de mirar. Se miraron y Miley, sin saber por qué, apartó la mirada. Se sentó como siempre.
-Buenos días. Soy el padre Nick. Voy a ser el confesor de esta congragación.
-Buenos días. Mi nombre es Miley
Tenía ganas de mirarlo. Era el primer hombre que veía en años, sin contar al padre Ángel y los que traían avituallamientos al convento.
-Bien, Miley. ¿Empezamos?
-Sí, padre.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-¿Tienes algo que confesar?
-No padre.
-Bien. Reza tres aves marías.
La absolvió de su no-pecado y Miley dejó sitio a la siguiente.
El convento era un sitio silencioso, de recogimiento. Raramente hablaban entre ellas. Pero ese día Miley escuchó muchos comentarios sobre el nuevo sacerdote. Una de las novicias le decía a otra, susurrando, que Nick era muy guapo. Cuando se dio cuenta de que Miley las oía, se cayó.
Esa noche, a la luz de su vela, en su dura cama, Miley pensaba en lo que había dicho su compañera. Que era guapo. Ello lo que pensó es que era agradable de mirar. Se rió sola, en su cama.
*****
Al día siguiente, se sentó a lado de Nick.
-Buenos días, padre
-Buenos días. ¿Miley, no?
-Sí, padre.
-¿Algo que confesar?
-No, padre.
Lo miró furtivamente. Tenía los ojos negros, profundos. Y una hermosa boca. Miró sus labios.
-Bueno, Miley. Parece que contigo mi trabajo será muy fácil.
-¿Qué quiere decir, padre?
-Pues que no tienes pecados que confesar.
-¿Cómo quiere que peque estando aquí?
-La tentación está en todas partes, Miley. Hasta en el más santo lugar el diablo extiende su negro velo.
Miley le oía, pero no le escuchaba. Estaba más atenta al tono de voz que a las palabras que él decía. No sabía el por qué, pero el corazón le latía más rápido de lo normal, como si hubiese corrido. Pero no había corrido.
-Bien. Reza un padrenuestro.
-Hasta mañana, padre.
-Hasta mañana, Miley.
De allí se fue a la cocina, a ayudar a sor Amelia. No dejó de pensar en el padre Nick. En su voz, en sus manos. En sus labios.
A partir de ese día, había dos cosas que le gustaban en su aburrida vida. Ayudar a Amelia y confesarse con el padre Nick. Poco a poco fue llegando más tarde, para así poder ser la última de la fila.
Cuando al fin se sentaba a su lado, el corazón se le disparaba. Él hablaba, le preguntaba por sus pecados, y ella siempre le decía que no tenía ninguno.
Le encantaba su voz. Al ser ella la última, la sesión se alargaba un poco más. Hasta que empezaron a hablar de otras cosas.
-¿Cuánto falta para tus votos?
-Un año, padre.
-Ah, sólo un año. Será el día más importante de tu vida. Cuando renuncies a todo y te consagres definitivamente a Dios.
-Renuncié a todo hace años, padre. Bueno, más bien me hicieron renunciar.
-¿Qué quieres decir?
-Oh, nada.
-Miley, soy tu confesor. Pero también soy una persona. No estoy aquí sólo para escuchar tus pecados, aunque no tengas. También estoy para escuchar lo que me quieras contar. Las cosas que te apenan. Nada saldrá de mí. Serán secretos de confesión.
Miley quería contarle como se sentía, allí encerrada. Lo que sufría por las noches cuando la encerraban con llave, como si estuviera presa. El hastío que sentía en su alma. Pero no le contó nada.
-Muchas gracias, padre.
-Bueno, es hora de seguir. Hasta mañana, Miley.
Él le puso la mano sobre una de las manos de ella. Fue un gesto amigable, sin ninguna otra intención. Pero Miley sintió como todo su cuerpo se estremecía.
Se levantó, nerviosa, y salió caminando deprisa.
Y esa noche, en su dura y austera cama, Miley cometió su primer pecado.
Estaba acurrucada, tapada con la áspera sábana, recordando la sensación que notó cuando él posó una mano sobre su mano. Fue una sensación intensa, desconocida, pero muy agradable. Recordó sus labios, su voz.
Si su mano le provocó esa sensación... ¿Qué sentiría si él la tocara con sus labios? ¿Si la besase?
Ella llevaba años oyendo al padre Ángel hablando una y otra vez sobre los pecados de la carne. Las tentaciones del cuerpo. Ellas pertenecían a Dios y tenían que huir de esas tentaciones. El diablo las usaría para pervertir a los hombres.
Pero ella no sentía eso. Lo que sentía no era malo. Era algo hermoso.
"El diablo nos nubla la mente. Nos engaña haciéndonos creer que la malo es bueno". Eso decía el padre Ángel muy a menudo.
¿Sería eso lo que le pasaba? ¿Estaría el diablo tentándola? Habían sido demasiados años de continuo adoctrinamiento.
Se arrodilló en el frío suelo de piedra, juntó sus manos y empezó a rezar. Le pidió a Dios con todas sus fuerzas que le librara del mal. Que sacara de su cabeza los oscuros deseos que empezaba a tener.
Esa noche su sueño fue agitado. La culpa no la dejó descansar.
*****
Al día siguiente tenía miedo de volver a ver al padre Nick. Temía que los sucios pensamientos volvieran. Había rezado con todas sus fuerzas. Dios tenía que haberla escuchado.
Pero cuando le vio, su corazón se aceleró. No pudo evitar mirarle a los ojos, a los labios. Sus manos. Quería volver a sentir esa mano, su calor. Se sentó a su lado.
-Buenos días, Miley.
-Buenos días, padre.
El segundo pecado Miley lo cometió en ese momento. Mintió. Cuando él le preguntó si tenía pecados, dijo que no. Fue consciente de que estaba mintiendo, y eso la atormentó.
-Bien, pues reza un padrenuestro.
Se levantó con rapidez. Deseaba quedarse con él, hablar con él, pero estaba siendo tentada. Se marchó.
-¿Qué te pasa Miley? - le preguntó Sor Amelia más tarde en la cocina.
-Nada.
-Te noto extraña. Como si algo te pesara en el alma.
Amelia era lo más parecido a una verdadera madre que ella tenía. Las manos le temblaban.
-Es que...
-¿Qué te pasa?
-Creo que estoy siendo tentada. El diablo me está tentando.
-Pobre niña. Tienes que ser fuerte. Lucha. Pídele ayuda a Dios y Él te mandará su auxilio. Y confiésate. Limpia tu alma.
Eso es lo que tenía que hacer. Si confesaba sus pecados, Dios la perdonaría y podría seguir con su vida.
Espero con impaciencia a que llegara el día siguiente. Se puso en la primera de la fila. Necesitaba sacarse el tormento que la atenazaba.
-Buenos días, Miley. ¿Qué tal hoy?
-Buenos días, Padre. Hoy...hoy necesito confesión.
Nick se sorprendió. Era la primera vez que aquella muchacha le pedía confesión. Y parecía apesadumbrada.
-Ave María Purísima
-Sin pecado concebida.
-¿Has pecado, hija?
-Sí padre.
-Cuéntame.
-He mentido. Ayer le dije que no había pecado, pero sí lo había hecho.
-¿Te arrepientes de haber mentido?
-Sí, padre. Me arrepiento.
-¿Qué más, Miley?
-Padre...he tenido... pensamientos. Impuros.
-Miley, debes luchar contra esos pensamientos. No eres tú. Es el mal que te tienta. Reza, medita. No volverán.
-Yo lucho, padre. De verdad que lucho.
-Arrepiéntete de tus pecados. Dios es pura bondad y te perdona. Ego te absolví de tus pecados en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, Amen.
-Amen
-Reza tres padrenuestros y cinco Avemarías.
Cuando terminó de rezar, se sintió liberada. Se había quitado un peso de encima. Contenta y feliz fue a la cocina y ayudó a Amelia, que la notó más feliz que el día anterior.
-¿Te confesaste?
-Sí.
-Ahora tienes el alma limpia. Se nota.
El resto del día fue tranquilo. Todo fue bien hasta que se acostó y oyó como Sor Inés cerraba su puerta.
Los pensamientos volvieron a su mente. ¿Por qué? Ya se había confesado, ya había limpiado su alma. ¿Por qué el diablo quería atormentarla de esa manera?
Aquellos sucios pensamientos. Su mando sobre su mano. Su calidez. Sus ojos profundos. Sus labios carnosos. Pensamientos sucios. Pero ella no los sentía sucios.
Cerró los ojos. La carne es débil. La carne es pecado. Sin embargo, aquello lo que sentía no era malo. Era hermoso. Él acariciaba su mano. Su cuerpo se volvía es estremecer. En su mente él le acariciaba con suavidad la piel. Se miraban a los ojos.
Y, lentamente, acercaban sus labios. Se besaban. Juntaban sus labios.
Miley se sintió extraña. Notó que sus pechos estaban sensibles. Sus pezones estaban duros. Y entre las piernas había humedad. Pero no le tocaba el estigma ese día.
Llevó su mano a aquel sitio prohibido. A pesar de las advertencias que día tras día le embutieron en la mente, llevó sus dedos a su sexo. Quería saber que era aquello que la hacía sentirse mojada. Cuando se tocó, se estremeció de pies a cabeza. Quitó la mano con rapidez, asustada. Se miró los dedos. No estaban manchados. No era sangre.
Se arrodilló. Juntó las manos y con lágrimas en los ojos, rezó. Pidió con toda su alma a Dios que la librara del diablo. Quería ser pura.
Se quedó arrodillada hasta que las rodillas le sangraron. Se acostó y se durmió.
Nuevamente, tuvo un sueño agitado. Una horrible criatura, roja, con cuernos y rabo, la manejaba a su antojo. La hacía pecar. Su alma se condenada para toda la eternidad.
*****
-Padre...He vuelto a pecar.
-Miley. Tienes que luchar contra la tentación.
-Lo intento. Lo intento con todas mis fuerzas. Pero es superior a mí.
Él le cogió las manos. Y el estremecimiento volvió. Notó la sensación extraña de la noche anterior. Como sus pechos se hacían más sensibles. Como sus pezones se endurecían, como su sexo se humedecía.
Él le hablaba, pero Miley sólo miraba sus labios. Quería besarlos.
El sacerdote notó que la muchacha temblaba.
-Tranquila Miley. Si te arrepientes, Dios te perdonará. Él es amor infinito. Sabe de nuestra imperfección. Siempre nos perdona.
-Lo siento, padre. Yo...trato de ser pura.
Nick la miró. ¿Qué atormentaba a aquella muchacha? ¿Qué podía ser tan horrible dentro de aquellas paredes? Tenía los ojos acuosos, a punto de llorar. Sus miradas se encontraron
"Qué hermosos ojos tiene esta mujer. No puede habar pecado en ellos", pensó.
Llevó una de sus manos a la cara. La rozó con ternura. Ella se volvió a estremecer. Era como cuando su madre la acariciaba cuando era niña. Pero lo que sintió no era lo que sentía cuando su madre lo hacía. Tenía ganas de besar aquella mano.
-Eres una buena mujer, Miley. Y serás una buena monja. Lo sé. Dios nos pone a prueba. Aquellos destinados a grandes cosas les pones pruebas más duras. Lucha. Vencerás al mal.
-Gracias padre. Gracias.
-Reza Miley. Con toda tu alma. Ahuyenta la tentación de ti.
Esa mañana Miley no acudió a la cocina. Se la pasó entera en la capilla, arrodillada, orando. Implorando perdón. Implorando ayuda.
Ayuda que no halló.
En la oscuridad de su cama, esa misma noche, todo volvió. Los impuros pensamientos. La placentera sensación que embriagaba su cuerpo. Recordó el intenso placer que sintió cuando sus dedos tocaron su húmedo sexo.
Lo volvía a tener así. Mojado. Sentía como mariposas en su estómago. Cerró las piernas con fuerza, para no sentir lo que sentía, pero fue peor. Juntar sus muslos le dio placer.
-Ummmm Satanás...déjame...
Cerró los ojos. La imagen del padre llenó su mente. Sus manos cogiendo la suya. Su mejilla acariciada con ternura. En su imaginación ella giraba la cabeza y besaba la mano. Él la miraba y sonreía.
Y cuando en su mente él juntaba sus labios a los suyos, su mano se metió entre sus piernas. Sintió la humedad. Sintió placer. No quitó la mano. La dejó allí. Recorrió con sus dedos su sexo. Y el placer se hizo intenso.
-Aggggg...Dios... ¿Qué me pasa?
Notó con las yemas que había una zona que la hacía vibrar cuando la rozaba. Se frotó con delicadeza, y de repente, se quedó sin respiración. Creyó que se estaba muriendo, pero el placer que sentía era intenso, arrollador. Lo más hermoso que había sentido en toda su vida.
El primero orgasmo que la joven Isabel tuvo la dejó agotada, con la respiración agitada, los dedos mojados. Y con una inmensa sensación de culpa. Tanta que se durmió llorando.
*****
Mientras esperaba en la cola a que llegara su turno, se empezó a preguntar que de qué valía todo aquello. Por qué confesar, recibir el perdón sólo para volver a caer en la misma tentación.
Se sentó, como siempre, al lado de padre Nick.
-Buenos días, Miley.
-Buenos días, padre
Le miró a los ojos. En ese momento lo supo. Aquel no era su lugar. No quería seguir allí. No quería ser la esposa de Dios. Quería otra cosa. Deseaba otra cosa. La tenía frente a sus ojos.
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida.
-¿Has... pecado?
-No, padre. No he pecado.
-Bien. Me alegro de que hayas vencido a la tentación, Miley.
-Gracias padre.
Esa vez fue ella la que cogió con sus manos la mano de su confesor. Se miraron el uno al otro durante largos segundos. Miley llevó la mano hacia su boca, y la besó. Mirándole a él a los ojos.
El cura miraba como la muchacha le besaba la mano. Muchas feligresas le besaban la mano. Pero no sentía el cosquilleó que sintió cuando los labios de ella se posaron sobre su piel.
Se soltó.
-Hasta mañana, Miley.
-Hasta mañana, padre...Nick.
*****
Sor Inés cerró la puerta. Miley se acostó. Cerró los ojos.
No sabía que es lo que estaba sintiendo, pero no era algo malo. Era hermoso. Cuando pensaba en Nick su cuerpo vibraba. Su alma se llenaba de alegría. Deseaba abrazarse a él. Deseaba besarlo, acariciarlo. Que él la acariciara.
Eso era pecado. Así se lo habían dicho una y mil veces desde que entró en el convento. Era el diablo, que la empujaba hacia el mal. Que quería condenar su alma inmortal para toda la eternidad.
¿Pero cómo podía el diablo hacerle sentir cosas tan hermosas? ¿Por qué decía el padre Ángel que aquello era sucio? No lo sentía así. Lo sentía hermoso.
Se llenó de sensaciones. Su mano volvió a acariciar su húmedo sexo. Y con la otra mano buscó sus sensibles pechos. Se acarició los senos, atrapó sus pezones con sus dedos. Gimió de placer. Lo buscó. Hasta que volvió a tensarse, a quedarse sin respiración. A estallar de placer.
-Aggggg.... Nick...Nick....
¿Qué era aquello que sentía? ¿Era amor? Siempre le dijeron que Dios era amor. Y si lo que sentía era amor, sólo podía provenir de Dios, no del diablo. No se sentía sucia. Al contrario. Se sentía limpia, se sentía pura. Por primera vez desde que la encerraron tras aquellos muros, se sintió feliz.
Se siguió acariciando. Quería más placer. Besó una y otra vez a Nick entre sueños. Sintió sus besos, sus caricias. Y volvió a estallar.
Esa noche su sueño fue profundo, lleno de paz. Sabía que a la mañana siguiente volvería a sentarse a su lado. Volvería a ver sus lindos ojos negros, sus labios.
Volvería a ser feliz.
*****
Él volvió a cogerle la mano.
-¿Estás bien, Miley?
-Muy bien, padre. Ahora estoy en paz.
-Me alegro mucho.
Isabel levantó la mano. Cogió con las suyas la mano del Nick y la llevó hasta sus labios. La besó suavemente, como el día anterior. El beso provocó en el hombre la misma sensación que la otra vez.
-Gracias, Nick.
Se quedó mirando, petrificado, como la muchacha le besaba la mano. A los pocos segundos la retiró con rapidez. Aquello no estaba bien. Lo que sintió no estaba bien. No podía estarlo.
-No debes hacer eso, Miley.
-¿Por qué no? Era por agradecerle su ayuda.
-Aún así. No está bien.
-¿Por qué no, padre? No es algo sucio.
-No...No es...sucio.
¿Cómo podía ser sucio un suave beso dado por una hermosa mujer? No lo era. Lo sucio eran las sensaciones que eso le producía. Y los pensamientos que despertaba. Llevaban directamente al pecado.
Nick se levantó y se marchó. No confesó ese día a Miley. Ella miró como se marchaba, sin mirar atrás.
*****
Al día siguiente, él no la miraba.
-Ave María purísima.
-Buenos días, padre.
-Es hora de confesión, hija mía.
-No soy su hija.
-¿No tienes nada que confesar, Miley?
-Sí, padre. Pero no ante Dios. Ante usted.
-¿Ante mí?
-Sí, padre.
La miró. El corazón le latía en el pecho. No sabía que el de ella latía igual.
-¿Qué es?
-Las cosas que siento, padre. Por usted.
-Miley. Esas cosas...no pueden ser. Debes luchar.
-No quiero luchar. No son cosas sucias. Son hermosas.
-Pero... ¿No comprendes que esos sentimientos nos están prohibidos?
-¿Por qué padre?
-Dentro de poco tomarás tus votos, Miley, al igual que yo los tomé. Consagrarás tu vida a Dios. Para siempre.
-Lo sé. Eso quiso mi madre desde antes de que yo naciera. Para eso me han estado educando todos estos años. Pero nunca nadie me ha preguntado qué es lo que yo quiero.
Se miraron a los ojos. Él no vio nada malo en ella. Estaba llena de paz.
-¿Y qué es lo que tú quieres, Miley?
-Le quiero a usted, padre. Te quiero a ti, Nick.
-Miley. Eso es imposible. No puede ser. Soy un sacerdote. Y tú...serás una monja.
-Soy una mujer. Tú eres un hombre. Ese libro que tanto nos hacen leer habla de amor. De amor a Dios. De amor de entre hombres y mujeres
-Es el diablo, Miley. Te ha trastornado la mente.
-Lo que siento es muy hermoso, Nick. Algo así no puede provenir del mal. Algo tan bello sólo puede provenir de Dios.
Miley hizo lo que tanto deseaba. Acercó sus labios a la boca del sacerdote y le beso. Sintió como aquellos labios le quemaban. Todo su ser tembló. Cerró los ojos y volvió a besarle.
Él no se apartó. Estaba petrificado, congelado en el tiempo. Con los ojos abiertos miraba a aquella muchacha que tan tiernamente le besaba. Unos besos que se irradiaban por su cuerpo. Unos besos que le hacían desear más. Abrió ligeramente los labios y la lengua de Isabel se metió en su boca.
Ella se echó más sobre él, pegando su cuerpo al suyo. El sacerdote sintió contra su pecho los duros senos de la mujer.
De repente, a la mente del sacerdote le llegaron imágenes de una serpiente. Aquella lengua era una lengua bífida. El mismo Satanás le estaba besando.
Horrorizado se separó. Miró a Miley, que lentamente abrió sus preciosos ojos. Ella sonrió.
¿Por qué parecía un ángel si tenía el diablo dentro? Así actuaba Satanás. Nick se levantó.
-No lo vas a conseguir Satanás. No harás que caiga en tus garras - dijo, mirando hacia la joven.
Ella vio como Nick se santiguaba y luego salía corriendo.
-Hasta mañana, mi amor. - dijo ella, en un susurro.
*****
Por la noche Isabel se masturbaba recordando sus labios. Recordó como lo sintió temblar cuando lo besó. Igual que ella. Revivió la sensación de aplastar sus pechos contra el pecho de él. Llevó una de sus manos hasta ellos y se acarició. Imaginaba que eran las bellas manos de Nick las que la acariciaban.
Su orgasmo estalló cuando rememoró su lengua. Su espalda se arqueó sobre el duro camastro. Apretó los dientes para no gritar su placer.
Se durmió feliz. Le bastaba con volver a verlo. Con volver a mirarle, a tocarle. A... besarle.
*****
En la cola oyó murmullos. No los entendió bien. Y cuando entró a la capilla, su alma se desplomó. Allí no estaba su amor. Había otro sacerdote.
-¿Y el padre Nick?
-Ha solicitado que le asignaran otras obligaciones.
-¿Por qué? - preguntó con un nudo en el estómago.
-No lo sé.
Isabel salió corriendo. Tenía que salir de allí. Llegó a la puerta principal y trató de abrirla, pero no pudo. Empezó a darle fuertes golpes, con los puños, con las piernas.
-Déjenme salir de aquí!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.
Acudieron monjas, novicias. Sor Inés trató de agarrarla, pero de un manotazo Miley la tiró al suelo.
-Apártate de mí. Ábreme la puerta. Me quiero ir de aquí.
-Tienes el diablo dentro. Reza mujer.
-No me hables del diablo. Es un invento. No existe. Sólo...Sólo lo utilizáis para atormentarme. Pero...ábreme!!!!!!!!!!!!!!!!
Destrozada, al ver que no la dejarían salir, cayó al suelo, llorando histéricamente. Llamaron a Sor Amelia, la única que pudo acercarse. Se agachó y Miley se abrazó a ella.
-Ábreme la puerta, Amelia. Por favor, no lo aguando más. Si sigo aquí me moriré.
-Pobre niña.
La cogió en brazos y la llevó a sus aposentos. Miley se acurrucó en su cama, sin dejar de llorar.
-Vamos Sor Amelia - dijo sor Inés.
Amelia salió de la habitación y sor Inés cerró la puerta. Echó el cerrojo.
-Miley está poseída. De eso no hay duda – dijo Inés.
-¿Tú crees?
-Está claro. No saldrá de su habitación.
*****
Tres días y tres noches estuvo encerrada. Sólo abrían la puerta para darle la comida y retirar los desperdicios.
El primero de ellos se lo pasó gritando, golpeando la puerta para que la dejaran salir.
El segundo día se lo pasó llorando.
El tercer día, acostada, con los ojos abiertos, sin decir nada. Pero su mente no estaba en blanco. Trazaba un plan.
Cuando Sor Inés vio que dejada de luchar, llamó al nuevo sacerdote. Lo hizo pasar al cuarto de Miley y cerró con llave.
El cura miró a la muchacha. La bendijo con las manos. Ella le miró.
-¿Estás bien, mujer?
-Sí padre.
Ella se arrodilló delante de él
-Necesito confesión padre. Soy una pecadora. Necesito el perdón de Dios.
El sacerdote oyó su confesión. Miley le dijo que no sabía lo que le había pasado. Sólo que sintió una enormes ansias por salir del convento. Pero que ya habían pasado. Que ahora estaba bien.
Él le mojó la frente con agua bendita. Hizo la señal de la cruz. Miley sonrió, agradecida.
-Gracias padre. Ahora me siento mejor.
La absolvió de todos sus pecados. Tocó la puerta y le abrieron. Salió y Sor Inés volvió a cerrar la puerta.
-¿Y bien, padre?
-No sé lo que le pasó a la chica, pero desde luego ahora no está poseída. Está en paz consigo misma y con Dios.
-Alabado sea el creador.
-Amén, hermana.
A la mañana siguiente, la puerta se abrió.
-Es la hora del desayuno, Miley.
-Gracias, hermana.
Todas la miraron cuando se sentó a la mesa. Ella se limitó a desayunar.
A partir de ese día fue una novicia modelo. Recatada, obediente, silenciosa. El momento de tomar sus votos se acercaba. El momento de su libertad.
Sólo en las solitarias noches, encerrada en su dormitorio-cárcel, se dejaba llevar por los recuerdos. Recuerdos que siempre le llevaban al mismo sitio. A Nick. Su amor por él no hacía más que aumentar día a día.
Con tanta fuerza como su determinación de escapar. Pero sabía que la única manera de escapar sería convertirse en monja.
Sólo tenía que aguantar unos pocos meses. Si lo había resistido tantos años, aguantaría un poco más.
*****
Por fin el día llegó. Separaron a las cinco novicias que harían sus votos. El mismísimo obispo oficiaría la ceremonia.
Cumplió el ritual. Se comportó como se esperaba de ella. Sonrió a la madre superiora. A Sor Inés. A Sor Amelia.
-Después de todo, creo que Miley será una buena monja, Sor Inés - dijo Amelia cuando vio aparecer a Miley con su nuevo hábito.
-Sí. Tuve mis dudas, pero tengo que reconocer que estos últimos meses ha sido un modelo de rectitud. Se ve que ha sido tocada por la mano de Dios.
El corazón de Miley latía con mucha fuerza. No por la alegría de ser por fin una monja, por ser la esposa de Dios.
Latía así porque esa noche no dormiría en su cuarto de siempre. La trasladaron a sus nuevos aposentos. Igual de austeros, pero sin cerradura.
Después de la cena, no pudo evitar ir a ver a Sor Amelia. Había sido la única persona dentro de aquellos muros a la que había apreciado.
-Hola, Sor Amelia.
-Hola, Sor Miley- sonrió orgullosa. Dando énfasis al titulo
Miley se acercó a su apreciada Amelia y la abrazó con fuerza.
-Gracias por todo, Amelia.
-Mi niña, no hay de qué. Ahora ya eres una de nosotras.
-Sí. Al fin.
-Bueno, ahora a dormir. Que mañana empiezan tus nuevas obligaciones.
-Sí. Adiós.
-Hasta mañana.
*****
Las campanas sonaron a las 12 de la noche. Era la señal que Miley esperaba. Se levantó con sigilo, atenta a cualquier ruido, a cualquier señal. No conocía el convento a esas horas, pero sabía que todas estarían durmiendo. La hermana Sor Angustias era la que tocaba la campana y luego se iba a dormir.
Acompañada de la tenue luz de las velas, llegó hasta la habitación de Sor Inés. La parte más delicada de su plan era esta. Entrar en los aposentos de la hermana y quitarle las llaves.
Estaba asustada. Si era descubierta la encerrarían. Los sonoros ronquidos de Inés la tranquilizaron un poco. Abrió la pesada puerta de madera, con cuidado.
Cuando vio sobre una mesita el manojo de llaves, se dijo que Dios la estaba ayudando. Cual sombra en la noche, se deslizó sin hacer ruido y se llevó las llaves. En cuando cerró la puerta, con el corazón casi saliéndole por la boca, corrió hacia la puerta. Hacia la libertad.
Empezó a meter llaves, hasta que encontró la correcta. Abrió y el frío aire del exterior le dio en la cara. Sonrió. Corrió y corrió sin mirar atrás. Se arrancó el velo y siguió corriendo.
No pudo evitar gritar de felicidad. Al fin era libre. Libre. Habían sido más de seis años de encierro y por fin corría en libertad.
Cuando, agotada, se paró y miró atrás, el convento apenas era una sombra lejana en la oscuridad. Siguió caminando en dirección al pueblo más cercano.
Amanecía cuando llegó. El pueblo aún dormía. Sólo vio los animales y algún labriego madrugador.
Tenía que cambiarse de ropa. Así, como el hábito era demasiado visible. Vio algunas prendas de mujer tendidas en una casa y con cuidado las cogió.
-Mi Dios. Perdóname por este pequeño robo. - dijo para sí.
A medida que el sol se levantaba, así lo hizo el pueblo. Las gentes empezaron con sus quehaceres diarios mientras Miley lo contemplaba todo.
Vio la Iglesia. El corazón se le aceleró. Él estaría allí. O eso esperaba, con todo su corazón. Se acercó y entró.
Estaba desierta. Se sentó en un banco y miró hacia el altar. Desde allí la imagen de Cristo la contemplaba.
Al poco, entró en la iglesia una viejecita. Se miraron.
-Buenos días, hijita.
-Buenos días, señora. ¿El padre Nick oficia en esta iglesia?
-¿El padre Nick? Ummm, no. Hace meses que no.
Isabel se sintió desfallecer. Le faltaron las fuerzas. Toda la noche corriendo, sin comer, y ahora esto. Si no estaba allí... ¿Dónde estaría? ¿Cómo encontrarlo?
-Creo que está en el pueblo vecino. O eso he oído.
-Gracias. Muchas gracias.
Se fue a levantar pero se mareó. La buena mujer se acercó.
-Pero hijita. ¿Qué te pasa?
-Es que...llevo toda la noche caminando. Necesito descansar.
-¿No has comido nada?
-No, señora.
-Ummm, no es bueno que una muchacha tan linda como tú esté sin comer. Ven, mi casa está al lado.
El abundante desayuno que le ofreció llenó de fuerzas a Miley.
-¿Está muy lejos el pueblo?
-Para ir caminando, sí. Pero creo que el Henry va esta tarde por unos cerdos. Le preguntaré.
Miley cogió las ásperas y arrugadas manos de aquella bendita mujer.
-Gracias por todo, señora. Dios se lo pague.
*****
A pesar de lo pedregoso del camino, de los baches el ruido del carro, Miley estaba tan agotada que se durmió. Se acurrucó en un rincón al calor del sol de la tarde. Henry la miraba de vez en cuando.
-es una bella muchacha, sí señor.
Cuando llegaron al pueblo, anochecía. Despertó a la mujer.
-Ya hemos llegado.
-Oh, muchas gracias. ¿Sabe dónde está la iglesia?
-Sí, sigue por esa calle. Al final está la plaza y la iglesia. La casa del cura está detrás.
-Gracias otra vez - dijo, saltando del carro y echando a correr.
El corazón galopaba en su pecho igual que sus piernas sobre el empedrado. Vio la Iglesia y se dirigió hacia la puerta. Entró, casi sin respiración.
La iglesia estaba desierta. Sólo había un hombre limpiado en un rincón.
-Buenas noches. ¿Es esta la iglesia del padre Nick?
-Sí. Esta es.
Miley se llenó de alegría.
-¿Dónde está él?
-A estas horas estará en sus aposentos, detrás de la iglesia.
-Gracias.
Salió y rodeó el edificio. Había una pequeña casa aneja a la iglesia. Por una ventana salía luz. Se acercó a la puerta y tocó. Contenía la respiración.
Oyó pasos. La puerta se abrió. Era él.
-¿Sí? - preguntó Nick sin reconocerla en la penumbra.
-Hola Nick. Soy… Miley.
-¿Miley? ¿Pero...? ¿Qué haces aquí?
-Necesitaba verte. ¿Puedo pasar?
No era adecuado que una mujer visitara las dependencias de un sacerdote a aquellas horas. Pero la dejó pasar.
A la luz de las velas la pudo ver mejor. El pelo corto. La primera vez que veía su cabello. Unas ropas sencillas.
"¡Que hermosa es! ", pensó.
-¿Cómo es que no estás en el convento, Miley?
-Me he escapado. No pienso volver.
-¿Cómo dices?
-Jamás volveré a ese lugar. No es mi sitio
-¿Te has vuelto loca? ¿No tomaste los votos ayer?
-Sí. Pero los votos no me importan lo más mínimo. Sólo fueron un medio para escapar.
-No hables así. No eres tú la que habla.
-¿No? Ah, claro. Es el diablo el que habla por mí.-irritada
-Sí.
-No, Nick. Soy yo. No podía soportar seguir en aquella cárcel. Desde que te fuiste no he dejado de pensar en escapar. Y al fin lo he hecho.
Nick se sentó. La cabeza le daba vueltas.
-Miley... Tienes que volver
-Antes me quito la vida.
-No digas eso.
-Lo haré, Nick
Él vio en sus ojos que la chica hablaba en serio.
-¿Y qué vas a hacer, Miley?
-No lo sé. Quizás vaya a ver a mi madre, a mis hermanos. No lo sé.
-Reflexiona, Miley.
-Ya he reflexionado. Sé lo que quiero. Sé lo que necesito. Sé lo que deseo.
-¿Qué quieres?
-Te quiero a ti, Nick. Con toda mi alma. Con todo mi ser. Deseo ser tu esposa.
La miró. No decía más que locuras.
-Miley, soy un sacerdote. Ya te lo dije hace tiempo. Hice unos votos -insistiendo
Ella se acercó lentamente a él. José se quedó mudo mirando cómo se acercaba. Empezó a sentirlo otra vez. Aquel cosquilleo que sintió cuando ella le besó la mano. Aquel cosquilleo que llevaba meses atormentándole.
Miley se sentó a su lado. Le miró a los ojos y le sonrió. Le cogió una mano, la llevó a su boca y la besó.
-Te amo, Nick. Te amo.
-Miley... no...no...
-si Nick.... mi Nick. Mi alma te quiere. Mi cuerpo... te desea.
Le llevó la mano hasta su pecho. Se la apoyó contra uno de sus senos.
-Acaríciame, mi amor. - le dijo, acercando su boca a la boca de él y besándolo.
Los dos cuerpos temblaron. Ambos abrieron sus bocas y buscaron sus lenguas. Pero de repente, Nick se levantó y se separó de ella.
-Soy sacerdote, Miley. Mi fe me ayuda a luchar contra esto.
-¿Luchar por qué? ¿Acaso no me deseas?
-Luchar por mi alma. Lo que quieres es un imposible.
Miley se derrumbó. Estaba claro que él no la quería como ella a él.
-Está bien, Nick. Me marcho. Siempre te amaré. Mi corazón te pertenece
Nick miró como la muchacha se dirigía a la puerta de salida.
-Espera. Ya es de noche. Ahora no puedes ir a ningún sitio. Quédate aquí y mañana podrás partir.
-Gracias - dijo ella, con una lágrima bajando por su mejilla.
-¿Has comido?
-Nada desde el medio día.
-Ven.
La acompañó hasta la cocina y le sirvió algo de cena. Después la acompañó hasta una pequeña habitación en donde había una cama
-Aquí podrás dormir y partir mañana temprano.
-Gracias otra vez, padre.
-Reza, Miley. Ábrete a Dios. Él te mostrará el camino.
Cerró la puerta. Por un momento Miley esperó oír como Nick la cerraba con llave. Pero no lo hizo.
Se acostó. Había perdido. Dios había ganado y se quedaba con Nick para él.
Intentó dormirse, pero no pudo. No sabía que iba a hacer con su vida a partir del día siguiente. No sabía si su familia la aceptaría.
Sólo sabía una cosa. Que amaba al hombre que estaba a escasos metros de ella y que la había rechazado. Pero no lo aceptó. Tenía que ser suyo. Ella tenía que ser suya.
Se levantó. Se quitó la ropa que llevaba, hasta quedar completamente desnuda. Salió de la habitación y se dirigió hacia los aposentos de él.
Entró sin llamar. Él estaba en su cama, leyendo a la luz de las velas. Y fue esa luz la que iluminó a la cosa más hermosa que había visto en su vida. El cuerpo desnudo de Miley.
Sin decir nada, ella se acercó lentamente a la cama y se subió en ella. Se acercó a Nick, le quitó la biblia de la mano y le besó, apoyando su cuerpo sobre él.
-Te amo, Nick. Te quiero. Ámame.... te necesito. Mi cuerpo arde en deseo por ti.
Le cogió una mano y la llevó hasta uno de sus desnudos pechos.
-Acaríciame.
La piel era suave, cálida. Y notó en la palma la dureza del pezón. Miley abrió la boca y buscó la lengua de su amado con la suya.
Desde aquél día en que ella le besó en la capilla, soñaba todas las noches con acariciar sus pechos con sus manos. Y todas las mañanas se arrepentía y se confesaba.
Y ahora, sus sueños se hacían realidad. Tenía a la hermosa Isabel en su cama. Su lengua en su boca. Su pecho en su mano. Lo apretó.
-Agggggg, Nick...sí, sí....
El beso se tornó más apasionado. Miley le besó en las mejillas, en lo párpados, en el cuello, haciendo que el cuerpo de Nick se estremeciera.
Se acostaron uno al lado del otro, sin dejar de besarse. Miley cogió la otra mano de él y la llevó lentamente hasta su húmedo sexo.
-Tócame...acaríciame, mi vida.
Los dedos de Nick acariciaron torpemente el húmedo sexo de Miley, pero bastó que ella los sintiera para que estallara inmediatamente con un intenso orgasmo que la dejó sin respiración.
-Agg...agggg mi amor...que placer....
¿Eran esos los pecados de la carne? ¿Dónde estaba el mal en algo tan bello?
-Hazme mujer, Nick. Quiero ser tu mujer.
Él se despojó del camisón que usaba para dormir. Miley lo esperó, mirándole con dulzura. Nick se subió sobre ella, acercó su boca a la de ella y la besó.
Su duro miembro encontró su camino dentro de la acogedora vagina de Miley. Sólo sintió un pinchazo de dolor cuando se rompió su virginidad, pero el placer era mucho mayor.
Hicieron el amor lentamente, mirándose, besándose, acariciándose. Miley gozó del duro sexo de él, que entraba y salía de ella llenándola de gozo.
Abrió los ojos. Miró fijamente a los ojos de Nick. Sintió como su cuerpo se empezó a tensar y justo antes de que todos y cada uno sus músculos se tensaran, le dio tiempo a decir.
-Te amo, Nick.
El contempló el orgasmo de Miley. Su cara crispada por el placer. Sus dientes apretados. Su vagina contrayéndose a su alrededor.
¿Acaso era eso pecado? Era hermoso. Era... divino.
Nick se movió más rápido. Empezó a sentir que algo iba a estallar en su cuerpo. Y antes que de que su orgasmo le atravesara, pudo decir.
-Te amo, Miley.
Apretó los dientes y estalló. Su cuerpo y su sexo, que empezó a llenar la cálida vagina de Miley con su caliente semilla. Cada espasmo iba acompañado de un movimiento de su pelvis, clavándose dentro de ella.
Los dos cuerpos, agotados, quedaron sin fuerzas. Miley llevó sus manos a la nuca de él y la acarició.
-Mi vida, mi amor. Nunca había sido tan feliz.
Nick se salió de ella y se tumbó a su lado. Ella apoyó su cabeza en su pecho. Escuchó el retumbar de su acelerado corazón.
-¿De vedad me amas, Nick?
-Con todo mi corazón, Miley. Creo que desde el primer momento en que te vi. Sabe Dios que he luchado con todas mis fuerzas contra estos sentimientos, pero no he podido.
-Yo también te quiero desde que te vi. Dejé de luchar contra lo que sentía hace tiempo.
-Pero...no está bien. Hemos condenado nuestras almas.
-No, Nick. El amor es algo maravilloso.
-Hice unos votos.
-Me dijiste que Dios lo perdonaba todo. ¿No es acaso Dios puro amor?
-Sí.
-Pues entonces no puede estar en contra de que dos personas se amen.
Nick acarició el corto y suave cabello de Miley. Ella poco a poco se fue quedando dormida. Con una suave sonrisa en los labios.
*****
Las primeras luces de la mañana y el cantar de los gallos los despertaron a Miley. Creyó que todo lo que le había pasado era un sueño, pero el suave latir del corazón de Nick le confirmó que no lo era. Que de verdad estaba abrazada al hombre que amaba. Qué él la amaba a ella.
Le besó, aún dormido, con suavidad. Miró su cuero. Le pareció un hermoso cuerpo. Entre sus piernas vio su sexo, en reposo. Llevó una mano hacia allí y lo empezó a acariciar, besando sus labios.
Notó como él respondía. A sus besos y a sus caricias. Su sexo se fue despertando, creciendo, endureciendo.
Nick abrió los ojos.
-Buenos días, mi vida - dijo ella
-Buenos días, mi amor.
Lo besó, feliz, llena de alegría. Se subió sobre él, se sentó sobre él y enterró el duro mástil en su cuerpo.
-Aggggggggg mi amor...que placer.
Nick llevó sus manos a los bellos senos de Miley y los acarició mientras ella subía y bajaba lentamente, clavando y desclavando su sexo en ella, una y otra vez.
El orgasmo fue compartido. La vagina de Miley se llenó de calor mientras los dos cuerpos vibraban y gemían de placer.
Después del último latigazo que atravesó el cuerpo de la muchacha, Miley cayó hacia adelante.
Se besaron largos minutos.
*****
Horas después hablaron de su futuro.
-¿Qué haremos, Nick?
-No lo sé. Ya no puedo seguir siendo sacerdote. No nos podemos quedar aquí.
-Lo sé.
En aquellos oscuros tiempos no se permitiría la unión de un cura y una monja.
-He oído que hay un Nuevo Mundo al otro lado del mar. Podríamos empezar en ese Nuevo Mundo, donde nadie nos conociera - dijo Miley
*****
Se hicieron pasar por marido y mujer. Se embarcaron para el largo viaje.
Pocos meses después, en aquel Nuevo Mundo, Isabel dio a luz a un par de niñas a las que llamaron Faith y Hope (fe y esperanza)
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espero que les gsute el one shot....tanto como ami
se que al principio estu medio flojo pero despues se puso "interesante"....apoco no?!!!!!!!