Los nervios la hicieron tropezar con
la esquina de una alfombra y se golpeó la cadera con una mesilla. Se sintió
como una cría de elefante encerrada en una pequeña jaula.
Miley-.Aww!!... lo siento! -musitó,
enderezando la mesa con frenético gesto.
Nick ya había reparado antes en ese
rasgo de Miley: ella pedía perdón incluso cuando no había hecho nada malo. La
examinó de pies a cabeza con mirada rigurosa. Al más puro estilo Demakis, ella
no había crecido en altura, sino a lo ancho, y apenas le llegaba al nivel del
pecho; era pequeña y rellenita. Vestía como una anciana: una falda marrón que
casi le llegaba a los tobillos, una blusa suelta de color blanco, una ancha
chaqueta de punto que acababa en sus rodillas. Era imposible decir qué había
debajo de tanta tela. Nick se imaginó a sí mismo pidiéndole que se quitara todo
para poder ver exactamente qué era lo que iba a obtener en el trato. Su abuelo
no pondría ninguna objeción. Demakis era un maldito bastardo. Le había hecho
saber que su nieta estaba enamorada de él y que estaba dispuesta a casarse.
Miley-.Es necesario que me mires de
ese modo? -murmuró
Nick-.Nunca antes me había tomado la
molestia de mirarte.
Nick siguió estudiándola con una
intensidad descarada. Ella iba a ser su esposa. Cuanto antes entendiera que él
iba a hacer su voluntad y que el pastel de baklava quedaba descartado del menú,
mejor. No estaba gorda, se dijo a sí mismo, sólo un poco rellenita y
corpulenta. Prosiguió evaluando sus atributos. Una larga cabellera color
castaño, brillante como un otoño inglés. Bien, un punto a su favor, por fin. El
cutis perfecto con un rubor color melocotón, otro punto para ella. Los ojos,
del mismo azul suave de un cielo invernal y llenos de infelicidad.
Miley-.Por favor... -le
pidió entrecortadamente.
Nick vio el resplandor de las
lágrimas en sus ojos y apartó la mirada de ella. Ya había visto más de lo que
quería ver y estaba enfadado con ella por no saber comportarse. Una chica
griega hubiera hecho que se sirvieran los aperitivos mientras hacía al chico
preguntas corteses acerca de su familia. ¿Por qué tenía que estar triste? ¿Por
la ausencia de romanticismo? ¿Qué más podía exigirle a él? ¿Acaso no iba a
conseguir lo que quería? ¿No le había comprado un marido Theo Demakis? Esa
humillante certeza lo hirió como un cuchillo envenenado.
Miley estaba temblando. Se
sintió como una esclava puesta en venta en una subasta y le sorprendió
vagamente que Nick no le hubiera examinado la dentadura. Su total confianza en
sí mismo también la apesadumbró, ya que había esperado que la propia situación
en la que se encontraban derribara la barrera de protocolo y buenos modales que
había entre ellos. A la vista de todo esto, su frialdad acobardaba a Miley.
Miley-.Yo no quería esto... Si
hubiese otra manera de... -la nerviosa y suplicante voz se apagó.
Nick-.No la hay. Deberíamos hablar
sobre las condiciones –su hermosa boca se torció en una sonrisa agria, sin
dejarse impresionar por las palabras de Miley.
Miley-.Condiciones? -dijo con
sorpresa, alzando sus largas y negras pestañas con expresividad.
Nick-.Esto es un matrimonio de
conveniencia y somos casi desconocidos el uno para el otro. Funcionará mejor si
hablamos con sinceridad desde el principio.
Miley-.No podemos comportarnos
simplemente como amigos?
Al fondo de la habitación, los
abogados de la familia Angelis aún seguían litigando para obtener un buen
acuerdo financiero. Contemplando el aire distraído de su madre y cómo su padre
parecía ahogado por la culpa, a Nick no le pudo parecer más inocente la
pregunta de Miley
Nick-.Los amigos no se casan para
tener hijos. Necesito saber qué esperas de mí como marido.
La referencia a los niños le causó
una cierta incomodidad a Miley.
Miley-.Sé que no soy la esposa que tú
hubieras elegido –sentia su pequeño cuerpo en tensión-. Supongo que
aprenderemos a arreglarnos sobre la marcha.
Nick-.Eso es una invitación al
desorden.
Miley-.Dices eso y, sin embargo,
tampoco te gustaría que te impusiese ningún tipo de regla.
El instinto inquisidor de Nick dio
una señal de alerta. «No, no tiene ni un pelo de tonta», advirtió, frunciendo
el ceño con desconcierto.
Nick-.Tengo un anillo... perteneció a
mi abuela -Nick le tomó la mano-. Por supuesto, si no te gusta, puedes...
Miley-.No... no, es precioso:,
precioso, de verdad, de verdad... -un color rosa subió a sus mejillas y la
envolvió un raro placer. El anillo de diamantes y rubíes se deslizó en su dedo
como si hubiera sido forjado especialmente para ella. Aquel regalo de una
reliquia familiar le sorprendió y, al tiempo, la conmovió-. No esperaba algo
así...
Nick-.Debo decir que la vida está
llena de cosas inesperadas -al negarse en redondo a comprar un anillo de
compromiso, su padre le había sugerido usar el de rubíes. Sin embargo, Paul
había esperado que Miley se sintiera ofendida por la ofrenda de una pieza
de joyería pasada de moda, aunque valiosa, que había pertenecido antes a otra
persona.
Miley-.Gracias... –su voz estaba
llena de emoción.
Estudió el anillo desde todos los
ángulos, admirando el profundo brillo escarlata de los rubíes y el resplandor
de los diamantes. Que encajara tan perfectamente en su dedo le pareció un buen
augurio.
Incomodado por el entusiasmo de
Miley, Nick se encogió de hombros y permaneció en silencio. Cayó en la cuenta
de que, aparte de un deteriorado reloj de plástico, nunca había visto que Miley
llevase ningún tipo de joya y que era perfectamente posible que no poseyera
ninguna. De repente, deseó haberle comprado un anillo.
Nick-.Pudding...-suspiró con una
torpeza poco característica en él-. ¿Te importa que te llame así?
Miley-.Por supuesto que no... Siempre
he odiado el nombre que me pusieron al nacer -el mote que tanto la había
avergonzado, de pronto, cobró respetabilidad en sus labios y le pareció más que
adecuado como un apodo cariñoso-. Intentaré ser la mejor esposa que pueda...
Nick casi bufó en voz alta. Sabía que
ella se estaba muriendo por escuchar las mismas palabras de sus labios, pero no
quería mentirle. Aún le quedaba mucho para alcanzar una cierta satisfacción, si
es que alguna vez podía alcanzarla. No quería casarse con ella. Punto y final.
Tampoco quería tener un hijo, admitió con amargura. Y no había nada que pudiese
cambiar esos hechos irrefutables.
Tres semanas después, casi perdida en
un espumoso, mar de encaje hecho a mano y de cara seda, Miley caminó hacia
el altar del brazo de su abuelo. Aunque daba pasos pequeños, era como si dentro
de su mente estuviera flotando en el aire, henchida por la emoción de estar a
punto de casarse con el hombre al que amaba. Ni una sola duda hizo sombra sobre
su espíritu optimista.
En el transcurso del día, sin embargo,
la cruda realidad le iba a destinar una serie de golpes que aplastarían sus
dulces esperanzas de futuro. Al cabo de unas horas, su felicidad sería
destruida y su confianza hecha añicos. Cuando su novio se emborrachó hasta caer
inconsciente en el banquete de bodas y tuvo que ser arrastrado al lecho
nupcial, sólo Theo Demakis careció del tacto necesario para echarse a reír.
Herida y humillada más allá de lo que podía concebir, Miley olvidó haber
albergado alguna vez la esperanza de que ellos dos pudieran comportarse como un
matrimonio de verdad, tal era la mortificación que sentía por su ingenuidad. A
pesar de su sentido común, esa noche de bodas que nunca llegaría a consumarse
iba a convertirse en la noche más larga de su vida...
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no he subido de mi adorado jefe por
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